http://www.diariodesevilla.es/article/ocio/429398/conan/doyle/hombre/mato/sherlock/holmes.html
Esta semana se cumple el 150º aniversario del escritor escocés, que nació en Edimburgo el 22 de mayo de 1859 y, aunque cursó estudios de Medicina, pronto abandonó la profesión por el embrujo de las letras. Conan Doyle publicó la primera novela protagonizada por Sherlock Holmes, Estudio en escarlata, en 1887, a la que aportó retazos de su propia experiencia (le adjudicó un ayudante, Watson, médico y con aficiones literarias) y muchos rasgos de uno de sus profesores en la universidad, el doctor Joseph Bell, de quien tomó prestados la fina y elegante silueta, la nariz aguileña y, sobre todo, su gusto por el empleo de técnicas deductivas para formular el diagnóstico de sus pacientes. Bell les observaba atentamente, registrando hasta el más nimio detalle, para precisar su origen, su ocupación y, en muchos casos, sus síntomas y dolencias sin que necesitasen abrir la boca.
Tanto Estudio en escarlata como El signo de los cuatro (1890) obtuvieron gran popularidad, pero no fue hasta la aparición en 1892 del primer relato corto del detective, Un escándalo en Bohemia, cuando el personaje comenzó a convertirse en un mito. El desproporcionado éxito de su detective, al que, quizás en un inconsciente intento por evitar la empatía del público con él, había adornado con cuestionables dones como su adicción a la cocaína o su manifiesta misoginia (mientras Watson era un caballero intachable), permitió al escritor dedicarse plenamente a la literatura con poco más de 30 años.
Pero el fervor que el público sentía por su criatura, que mataba con el violín y sus experimentos químicos los tediosos interludios entre un caso y otro y que demostraba, frente a la ineficiencia policial, que eran la inteligencia y la observación el único camino hacia la verdad, Conan Doyle lo asumió como un fracaso personal y profesional, una esclavitud que le apartaba de sus novelas históricas, poemas y textos dramáticos con los que esperaba convertirse en un autor serio respetado por la crítica.
Holmes era una losa, una condena de la que el escocés intentó librarse bien pronto, apenas unos años después de su nacimiento en la ficción. Con el cuidado que no ponían los criminales que inventaba en llevar a cabo sus tropelías, Conan Doyle planificó la muerte de Holmes, y en un viaje a las cataratas Reichenbach, en los Alpes suizos, encontró el lugar idóneo para la desaparición del detective a manos de su némesis, el profesor Moriarty, en El problema final, acontecimiento que registró en su diario con la entrada: “He matado a Holmes”.
Con Holmes despeñado y a pesar de las súplicas de los lectores, que anularon masivamente las suscripciones a la revista The Strand Magazine (que publicaba los relatos del detective), Conan Doyle se alistó como voluntario en la Guerra de los Boérs, una experiencia que le permitió conocer los conflictos bélicos y profundizar en la psicología de los soldados destacados en el frente. El resultado literario fue La guerra de los Bóers, un ensayo que le valió el título de sir, reconocimiento que estuvo a punto de declinar porque pensaba que se debía a su más odiado personaje.
Pero Holmes aún tenía muchas páginas que llenar. Tras la experiencia bélica, Conan Doyle volvió a la ficción. Comenzó El sabueso de los Baskerville, una intriga en la que un espectral can siembra de horror la campiña inglesa, pero pronto descubrió que necesitaba un héroe, así que decidió recuperar a Holmes, un regreso presentado no como una resurrección, sino como una aventura previa del tándem que formaba con Watson. El público, como era de esperar, enloqueció, y el escritor se resignó a su vuelta, esta vez sin artificios temporales, en el relato La casa vacía.
Tanto Estudio en escarlata como El signo de los cuatro (1890) obtuvieron gran popularidad, pero no fue hasta la aparición en 1892 del primer relato corto del detective, Un escándalo en Bohemia, cuando el personaje comenzó a convertirse en un mito. El desproporcionado éxito de su detective, al que, quizás en un inconsciente intento por evitar la empatía del público con él, había adornado con cuestionables dones como su adicción a la cocaína o su manifiesta misoginia (mientras Watson era un caballero intachable), permitió al escritor dedicarse plenamente a la literatura con poco más de 30 años.
Pero el fervor que el público sentía por su criatura, que mataba con el violín y sus experimentos químicos los tediosos interludios entre un caso y otro y que demostraba, frente a la ineficiencia policial, que eran la inteligencia y la observación el único camino hacia la verdad, Conan Doyle lo asumió como un fracaso personal y profesional, una esclavitud que le apartaba de sus novelas históricas, poemas y textos dramáticos con los que esperaba convertirse en un autor serio respetado por la crítica.
Holmes era una losa, una condena de la que el escocés intentó librarse bien pronto, apenas unos años después de su nacimiento en la ficción. Con el cuidado que no ponían los criminales que inventaba en llevar a cabo sus tropelías, Conan Doyle planificó la muerte de Holmes, y en un viaje a las cataratas Reichenbach, en los Alpes suizos, encontró el lugar idóneo para la desaparición del detective a manos de su némesis, el profesor Moriarty, en El problema final, acontecimiento que registró en su diario con la entrada: “He matado a Holmes”.
Con Holmes despeñado y a pesar de las súplicas de los lectores, que anularon masivamente las suscripciones a la revista The Strand Magazine (que publicaba los relatos del detective), Conan Doyle se alistó como voluntario en la Guerra de los Boérs, una experiencia que le permitió conocer los conflictos bélicos y profundizar en la psicología de los soldados destacados en el frente. El resultado literario fue La guerra de los Bóers, un ensayo que le valió el título de sir, reconocimiento que estuvo a punto de declinar porque pensaba que se debía a su más odiado personaje.
Pero Holmes aún tenía muchas páginas que llenar. Tras la experiencia bélica, Conan Doyle volvió a la ficción. Comenzó El sabueso de los Baskerville, una intriga en la que un espectral can siembra de horror la campiña inglesa, pero pronto descubrió que necesitaba un héroe, así que decidió recuperar a Holmes, un regreso presentado no como una resurrección, sino como una aventura previa del tándem que formaba con Watson. El público, como era de esperar, enloqueció, y el escritor se resignó a su vuelta, esta vez sin artificios temporales, en el relato La casa vacía.
EL LIBRO: EL SABUESO DE LOS BASKERVILLE ESTA MUY BUENO...
ResponderEliminarALAN BRAIER
2DO M